Qué haríamos sin la experiencia de los campesinos para cultivar la tierra? Sin la heren
cia del conocimiento sobre el ambiente, ¿seríamos capaces de cosechar alimentos?, ¿de construir nuestras propias herramientas, artefactos y viviendas? Tendríamos que comenzar de cero.En la naturaleza y el universo está el sustento y la inspiración de nuestra cultura, por eso el conocimiento que tenemos de ellos, la forma de conseguir los alimentos y de elaborarlos, hacen parte de nuestro patrimonio cultural inmaterial, aprendido comunicándonos con la comunidad.Para cultivar se necesita un amplio conocimiento sobre la reproducción de la plantas, la selección de las semillas, los ciclos de la luna, la calidad del suelo, la cantidad de agua necesaria para el riego, en fin. Las personas que han habitado nuestros campos son las portadoras de ese saber ancestral, sin ellas no tendríamos alimentos en las ciudades ni plantas medicinales; por esto y por muchas otras razones deben ocupar un lugar importante en nuestra sociedad.
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Pero la realidad es que muchos campesinos abandonan las labores del campo porque no les permiten subsistir. La producción agrícola muchas veces no es suficientemente valorada o es sustituida por alimentos importados. La
transformación genética de las semillas, orientada a que no se reproduzcan, también afecta la posibilidad de autonomía de los campesinos y de todos, pues nos hace depender de las empresas comercializadoras de esas semillas y no del conocimiento y de las prácticas ancestrales que las comunidades tienen sobre la reproducción de la naturaleza. También la violencia y el conflicto armado han obligado a pueblos enteros a abandonar sus tierras. Todo esto amenaza el patrimonio inmaterial de los campesinos y por tanto nuestra posibilidad de alimentarnos. Así de importante es ese conocimiento ancestral.Colombia tiene selvas tropicales como la del Amazonas, la Orinoquía o la Costa Pacífica, en las que hay gran diversidad de flora y fauna, pero sus suelos son delicados y no resisten cultivos de grandes extensiones ni cultivos permanentes de un solo producto. Las poblaciones que tradicionalmente han vivido allí, dejan “descansar” la tierra, por períodos de hasta cinco años, para volver a cultivarla con productos variados. Así aseguran la diversidad de alimentos y el control de plagas. También aprovechan como abono la descomposición de restos de árboles y plantas que tumban o queman. Esta técnica de tumba y pudre o de tumba y quema, junto con la rotación de cultivos, permite que ecosistemas tan delicados como la selva no se resquebrajen.
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Para los pueblos indígenas y algunos afrocolombianos y campesinos, las piedras, las montañas, el agua, las plantas y los insectos son seres vivos y sagrados; la tierra es un ser vivo, es la Madre de la que todo nace. Los ancianos enseñan en qué momentos cazar, pescar, cultivar y cómo sacar el oro y la madera; también adiestran a su comunidad en rituales, cantos y bailes para mantener el equilibrio de la naturaleza, lo cual es su deber. De allí que muchos pueblos sean tan celosos con la explotación de los recursos naturales. Ellos son conscientes de la deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación de aguas, suelos y atmósfera que ésta conlleva; por eso dicen que el dinero se queda en pocas manos y se acaba, mientras que la Madre Tierra lo da todo para toda la humanidad, si la cuidamos
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